Naiara y la Casa de las Emociones

En un pequeño pueblo rodeado de montañas, había una casa diminuta y acogedora donde vivía Naiara, una niña de diez años con una imaginación tan grande como su terquedad. Naiara era conocida por ser un poco caprichosa y no siempre escuchaba a su mamá, quien con paciencia infinita intentaba enseñarle sobre la importancia de las emociones y cómo manejarlas.
Una tarde lluviosa, mientras Naiara jugaba en su habitación, su mamá le pidió que recogiera sus juguetes antes de la cena. Pero Naiara, absorta en su mundo de fantasía, decidió ignorar la petición. "¡Estoy ocupada!", respondió con un tono quejumbroso. Su mamá, sin perder la calma, le recordó suavemente que las emociones no deben controlarnos, sino guiarnos.
Esa noche, Naiara se fue a dormir sin haber recogido sus juguetes. Al cerrar los ojos, se encontró en un sueño extraño. Estaba en una versión mágica de su casa, donde cada habitación representaba una emoción diferente. En la primera habitación, el suelo estaba cubierto de nubes suaves y esponjosas. Era la habitación de la Alegría. Naiara sintió una risa incontrolable que la hizo flotar sobre las nubes.
Al salir de allí, entró en la habitación de la Tristeza, donde las paredes lloraban gotas de lluvia. Naiara sintió una melancolía que la hizo querer abrazar a alguien. "¿Por qué estoy tan triste?", se preguntó. Recordó entonces las palabras de su mamá sobre cómo las emociones son parte de nosotros y nos ayudan a entender el mundo.
La siguiente habitación era la de la Ira. Las paredes eran de un rojo intenso y el suelo temblaba bajo sus pies. Naiara sintió una furia que la hizo querer gritar. "¡No quiero estar aquí!", exclamó, recordando cómo a veces se sentía cuando no conseguía lo que quería.
Finalmente, Naiara llegó a la habitación de la Calma. Era un espacio sereno, con luces suaves y una música tranquila que la envolvía. Aquí, Naiara comprendió que la calma era el equilibrio entre todas las emociones que había experimentado.
Al despertar, Naiara se sintió diferente. Recordó su sueño y cómo cada emoción tenía su lugar y su propósito. Bajó las escaleras y encontró a su mamá en la cocina. "Mamá, quiero contarte sobre mi sueño", dijo Naiara, mientras comenzaba a recoger sus juguetes. Su mamá sonrió, sabiendo que Naiara había aprendido una valiosa lección.
Desde ese día, Naiara empezó a escuchar más a su mamá y a entender que sus emociones eran importantes, pero que no debían controlarla. Aprendió a expresar lo que sentía y a encontrar la calma en su pequeño mundo.
Y así, en aquella pequeña casa, Naiara y su mamá vivieron felices, compartiendo risas, lágrimas y todo lo que la vida les ofrecía, sabiendo que cada emoción era un regalo que las ayudaba a crecer juntas.
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