La Casa de las Emociones

by Jacqui Robledo
Apr 15, 2025
La Casa de las Emociones

En una pequeña casa al final de la calle de los Cerezos, vivían Naiara, Benjamín y Sebastián junto a su mamá. La casa era acogedora, con paredes de colores cálidos y un jardín lleno de flores que la mamá cuidaba con esmero. Sin embargo, dentro de la casa, las emociones a menudo se desbordaban como un río después de una tormenta.

Naiara, la mayor, era una niña curiosa y valiente, pero a veces su curiosidad la llevaba a ignorar las advertencias de su mamá. Benjamín, el mediano, era un soñador que a menudo se perdía en sus pensamientos, olvidando las tareas que su mamá le pedía. Sebastián, el más pequeño, era un torbellino de energía que a menudo no escuchaba cuando su mamá le hablaba.

Un día, la mamá decidió que era hora de enseñar a sus hijos sobre la importancia de escuchar y entender las emociones de los demás. "Hoy vamos a hacer algo especial", les dijo mientras preparaba el desayuno. "Vamos a tener un día de emociones en casa".

Los niños se miraron entre sí, intrigados. "¿Un día de emociones?", preguntó Naiara, levantando una ceja.

"Sí", respondió su mamá con una sonrisa. "Vamos a explorar cómo nos sentimos y cómo nuestras acciones pueden afectar a los demás".

Después del desayuno, la mamá les entregó a cada uno un pequeño cuaderno. "Quiero que escriban o dibujen cómo se sienten a lo largo del día", les explicó. "Y al final, compartiremos nuestras experiencias".

Al principio, los niños no estaban seguros de qué hacer. Naiara se sentó en su rincón favorito de la sala y comenzó a dibujar un gran sol amarillo, que representaba su entusiasmo por el día. Benjamín, por su parte, escribió sobre cómo se sentía tranquilo al escuchar el canto de los pájaros en el jardín. Sebastián, con su energía inagotable, dibujó un torbellino de colores que representaba su emoción por jugar.

A medida que el día avanzaba, la mamá les pidió que realizaran pequeñas tareas. Naiara debía ayudar a regar las plantas, Benjamín tenía que recoger sus juguetes, y Sebastián debía ordenar sus libros. Sin embargo, los niños, absortos en sus propias actividades, no prestaron atención.

Al final del día, la mamá reunió a los niños en la sala. "¿Cómo se sintieron hoy?", preguntó.

Naiara fue la primera en hablar. "Me sentí feliz al dibujar, pero luego me sentí un poco culpable por no haber regado las plantas", confesó.

Benjamín asintió. "Yo también me sentí mal por no recoger mis juguetes. Me di cuenta de que mamá tuvo que hacerlo por mí".

Sebastián, con los ojos grandes y sinceros, dijo: "Yo estaba tan emocionado que olvidé ordenar mis libros. Lo siento, mamá".

La mamá los miró con ternura. "No se preocupen, lo importante es que ahora entienden cómo sus acciones pueden afectar a los demás. Las emociones son poderosas, y es importante escucharlas y aprender de ellas".

Los niños asintieron, comprendiendo que no solo se trataba de hacer caso a su mamá, sino de entender cómo sus acciones impactaban en el hogar y en las personas que amaban.

Desde ese día, la pequeña casa al final de la calle de los Cerezos se llenó de más risas y menos olvidos. Los niños aprendieron a escuchar no solo a su mamá, sino también a sus propias emociones y a las de los demás, haciendo de su hogar un lugar aún más cálido y acogedor.

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